Adelina y Claudia, historia de un matrimonio (Segunda y última parte)
Por: Pedro Zamora Briseño
(Colima 09/01/2025).- La primera vez que Adelina y Claudia se encontraron personalmente ocurrió sin haber sido planeado. Fue a principios de 2018, cuando apenas llevaban dos semanas comunicándose por internet y a unos días de haber iniciado su noviazgo a distancia. Sin saber exactamente haciaqué rumbo iría, un sábado Adelina acompañó a una amiga a comprar vasos a Jamay, un pequeño pueblo jalisciense ubicado en la ribera del Lago de Chapala. Cuando le comentó a Claudia, vía Whatsapp, el lugar donde se encontraba, ésta le dijo sorprendida:
—¡Estás a dos horas de León, donde vivo!
Entonces, emocionadas, acordaron verse ese mismo día en la ciudad guanajuatense. Se hizo tarde y Adelina le avisó que para no conducir de noche mejor llegaría a visitarla el domingo por la mañana.
—Ya me había hecho a la idea que te iba a ver hoy y así será. Ahorita voy para allá —le respondió Claudia en tono decidido.
Y así, esa noche sabatina Jamay se convirtió en el escenario de su primer encuentro. Después de las extensas y fascinantes conversaciones cibernéticas que tuvieron las semanas previas, esa vez por fin pudieron caminar juntas, charlando bajo las luces tenues del malecón. Pronto se diluyeron sus temores al darse cuenta de que seguían gustándose en persona.
Pero enseguida surgió la incertidumbre sobre lo que tendrían que hacer para proseguir y consolidar la relación, viviendo distanciadas por más de 400 kilómetros, cada una con su empleo en su lugar de residencia.
“Nos llevábamos bien —cuenta Adelina— había compatibilidad, había gusto, pero ella estaba en Guanajuato y yo en Colima. Ella tenía su trabajo allá y yo acá. Nos preguntábamos cada cuándo podríamos vernos. Al principio estuvimos viajando alternadamente cada 15 días: una vez venía ella, otra vez iba yo. La preocupación era por el hecho de que sería un ritmo muy pesado y también por los gastos”.
Añade: “Yo podía haberle propuesto desde el principio: ‘vente a vivir acá, te consigo trabajo’, pero no quería en mi conciencia la responsabilidad de hacerla renunciar a su empleo; yo sé cómo es Colima, no hay buenas opciones laborales y los sueldos son malos. O también pensaba si sería mejor que yo me moviera a León, pero no tengo hermanos y no quería dejar solos a mis papás… era todo un tema”.
En marzo, cuando llegaron las vacaciones escolares de Semana Santa, Adelina aprovechó para visitar a Claudia en León, con el propósito de que ambas tuvieran la oportunidad de convivir más tiempo.
“En esos días ella seguía trabajando, yo me quedaba en su casa y la esperaba con la comida hecha, como un matrimonio, y después nos íbamos al cine o a pasear a algún lugar. Pero un día llegó triste, con la noticia de que la habían despedido de su empleo. Después de la sorpresa, yo sentí que me quité un costal de encima y pensé: ‘No va a tener que dejar su trabajo por mí, el trabajo la dejó a ella’. Entonces le ofrecí buscarle acomodo en Colima”.
De inmediato, Adelina envió el currículum de su novia a familiares y amigos. Ese mismo día un primo le dijo que precisamentela víspera le habían preguntado por una persona con el perfil de Claudia para manejar una campaña política. Y un día antes de que concluyeran las vacaciones, tras el proceso de selección, le avisaron que el trabajo era suyo, por lo que las dos viajaron a Colima.
Dice Adelina: “Perdón por la gente que piensa que Dios nos odia (a las personas de la diversidad sexual), pero a nosotras nos ha ayudado en todo. Desde que en la iglesia del Rancho de Villa pedí una mujer como Claudia y nos conocimos dos días después, todo se fue acomodando; ante cada obstáculo que se presentaba Dios nos echó la mano para que estuviéramos juntas”.
Aunque ya estaban las dos en Colima, acordaron que vivirían separadas para alargar el noviazgo. Cuando Adelina se lo comentó a su madre, ésta le dijo que no le parecía correcto que Claudia hubiera venido desde lejos y la dejara viviendo sola, por lo que le sugirió que se fuera con ella para acompañarse y apoyarse mutuamente.
La pedida de matrimonio fue dos meses después, en mayo, por partida doble. Adelina había planeado la entrega del anillo en la playa, pero terminó haciéndolo “en una casa llena de gatos”. Después de dar el sí, Claudia buscó un anillo similar y eligió como escenario para dárselo la iglesia del Rancho de Villa, tan significativa para su novia. Y ambas salieron abrazadas del recinto religioso.
Seis meses después de que se comprometieron, el 18 de noviembre de 2018, se casaron en Tlaquepaque, Jalisco. Eligieron ese lugar por razones geográficas estratégicas, para facilitar el desplazamiento de familiares y amistades de Claudia, residentes de varias ciudades del país e incluso de Estados Unidos. Aunque en esa época el Congreso jalisciense todavía no incluía en el Código Civil del estado la figura del matrimonio entre personas del mismo sexo, la boda se pudo realizar con base en una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que desde 2016 invalidó algunos artículos de la legislación local considerados discriminatorios.
La forma en que se realizó la boda, dice Claudia, fue “muy heteronormada: planeamos la logística, hicimos la lista de personas invitadas, contratamos un buen lugar con un paquete que incluía todo: local, cena, música, pista, meseros… únicamente no incluía alcohol; fue como cualquier boda normal. Un detalle diferente es que no tuvimos damas, tuvimos damos… jajaja, y eso fue por mera vanidad, para resaltar nosotras obviamente”.
Durante los preparativos, añade Adelina, “nos preguntaron quién se iba a poner traje y dijimos: ‘ninguna’, fuimos con vestido porque así lo quisimos las dos y punto; no hubo la costumbre de querer separar en géneros a fuerzas, no lo vivimos de esa manera”.
Incluso ahora en su vida de casadas, algunos de sus amigos les han preguntado: “¿Quién es el vato y quién es la niña?” Y hasta hacen conjeturas de acuerdo con las características que observan en cada una de ellas.
Adelina explica: “Ninguna es el vato y ninguna es la morra; la deportista es ella, la que se ve chida con el bat es ella, la más fuerte es ella, pero el constructor soy yo, si se poncha la llanta la cambio yo, pero también yo cocino. A mí me gustan las artes, el teatro y la pintura, juntarme con amigos a una noche bohemia y discutir temas, y a ella eso le da güeva infinita; las separaciones de género en nosotras están muy híbridas”.
En todo caso, prosigue, “si nos tuviéramos que identificar con algo yo digo que seríamos un par de gays, ¡porque somos muy joteras, jajaja! Sí, somos dos gays atrapados en el cuerpo de dos lesbianas promedio. Ninguna es masculina masculina, pero tampoco femenina femenina”.
—¿Como ha sido su matrimonio? ¿Han enfrentado mayores o menores obstáculos que una pareja heterosexual?
—Yo digo que menos —responde Adelina—, pero no por la parte social, sino por la parte interna. No sé cómo lo vean otras parejas, pero para mí es una ventaja ser del mismo género: desde algo simple como entender sin devaluar que una o dos semanas antes de que te baje la regla puede que seas irracional y que no se tome para invalidar tu capacidad de tomar decisiones, para participar en algo porque eres mujer y eres emocional. Esa parte es cómoda porque es verdad que hay un influjo de las hormonas, pero no lo usamos de una manera despreciativa.
Claudia describe a su vez cómo ha sido la relación: “Ella puede salir sola cuando quiera a donde quiera, hoy día hemos visto a mujeres jóvenes aún pidiendo permiso a sus novios de salir... Inconcebible. Si bien ella tenía algunas costumbres algo heteronormadas en este tema, con el tiempo cambiaron.
“Al principio cuando llegué ella quería salir pero yo no, y le decía:‘Ve tú, yo aquí me quedo’. Y ella: ‘No, cómo’. Ah cómo batallamos con eso porque a fuerza quería que yo fuera a donde ella iba. Y luego me decía: ‘Es que aquí es Colima y se ve mal que una pareja salga sin el otro’. Y yo: ‘¿Pero por qué?’ Y ella: ‘Es que se interpreta como que andan las cosas mal o que hay una infidelidad’. Entonces le dije: ‘Ay, pues que te valga’. Nosotras tenemos muchísima comunicación, así que ese es también un factor distinto de las parejas heterosexuales, que no siempre se saben comunicar o no se comunican bien y se pelean”.
Así también, agrega Claudia, “está el tema cultural, por ejemplo si alguien me gustó yo tengo la libertad de hablar con ella y decirle ‘ay, mira, qué bonita está esa muchacha’. Y los heterosexuales no pueden hacer eso, sería una ofensa”.
Adelina, por su parte, está convencida de que en su matrimonio con Claudia hay “mucha complicidad, mucha amistad y demasiada comunicación; y yo pienso que en esa amistad influye el hecho de que seamos mujeres las dos, porque ella es mi mejor amiga, a quien yo quiero contarle algo que me pasó es a ella porque es mi amiga. A lo mejor lo que le quiero decir es que me tiró el rollo alguien. Normalmente una pareja heterosexual no se comunica así. Si tengo ganas de salir sola es más por el tema de individualidad, y ella también, pero yo disfruto llevarla a mis cotorreos con quien sea”.
—¿Se han sentido aceptadas socialmente como matrimonio?
—Sí, pero habría que ver qué tanto es porque cumplimos ciertos cánones que la sociedad te manda —dice Adelina—. Creo que a nosotras nos ha favorecido hasta cierto punto el hecho de que cumplimos ciertos cánones esperados de lo que debe ser una mujer. Para empezar, algo tan trivial, insignificante y ridículo como el pelo. Lo único en que debería importar es en la parte del atractivo físico, a mí me gusta traerlo largo. Pero estoy segura que si alguna de las dos vistiera muy masculino o estuviera pelona o nos viéramos más rudas, si rompiéramos el esquema de cómo debe verse una mujer, no seríamos igual de aceptadas.
Sobre la posibilidad de convertirse en mamás, sea por algún método de reproducción asistida o por adopción, las dos coinciden en sus puntos de vista:
Claudia comenta: “Yo en mi caso sí lo tenía pensado desde que estaba chica, después fui creciendo y me di cuenta cómo están las cosas, a dónde van. Por ejemplo, todo ese tema de odio que existe, de violencia y de drogas, la situación de la falta de empleo… me dio miedo y aparte soy super aprensiva. Dije :‘No, para qué traigo un chiquillo, quién sabe qué le toque’; también en cuestión ambiental, todo eso me dio miedo, creo que es más responsable no tener”.
Adelina también imaginó que iba a tener un hijo, pero le pasó algo parecido. “Me dio mucho miedo el mundo, pensé que no voy a poder darle la libertad que necesitará cuando sea puberto. Yo no iba a querer que tenga teléfono celular hasta los 20 años. Y eso sería imposible. La facilidad con la que tienen acceso a las drogas duras, como maestra lo veo. Me di cuenta que no voy a poder con eso, soy demasiado controladora para darle a un hijo la libertad necesaria de cometer errores, porque está tan feo el mundo. Y también por el tema laboral. Y además, en la casa ya nos llenamos de animales: tenemos cinco gatos y dos perros, que salen muy caros. No hay economía para un niño”.
Aquí la primera parte de la historia: